3 de enero de 1920.
San Rafael Guízar y Valencia , luego de haber sido consagrado en la Habana, en Noviembre de 1919, continuó realizando las misiones que ya tenía planeadas para realizar en aquella isla. Una vez teniendo todo concluido, los cubanos tristes despidieron al misionero mexicano que se convirtiera en Obispo, y las manos morenas cuáles pencas de plátano, se amontonaban para saludar y a su vez despedir al nuevo recién consagrado Obispo de Veracruz diciéndole “adiós doctor, no te vayas doctor”; la expresión de cariño había sido tal, que en agradecimiento por su labor en la cárcel, el hospital, distintas comunidades como Canalitos, Guanabocoa, hicieron una cooperacha y le regalaron un Cáliz de Plata y Oro, cuyo instrumento, bendijera, y agradeciera usándolo en su ejercicio episcopal y que ahora se encuentra expuesto en su museo. Siguiendo su marcha para la que ahora era su Diócesis, se dirigió hacia el muelle donde ya aguardaba el vapor que lo traería rumbo al estado de Veracruz. Sonó el silbato del buque “La Esperanza” en señal de partida, era la esperanza la que viajaba hacia el territorio veracruzano; mientras navegaba, el día 3 de enero, a través de un cable, es enterado de una desgracia, la primera de tantas, un terremoto con Epicentro en Quimixtlan, Puebla, afectó la Zona centro del estado de Veracruz; siendo esta una preocupación, de inmediato se puso en contacto con su Vicario General, Mons. Justino de la Mora para decirle: “Señor Vicario, me he enterado que han reunido una pequeña colecta para mi bienvenida y de la misma manera que mi diócesis ha sido afectada por un fuerte temblor, quiero que por favor, no se toque ni un solo centavo de ese dinero, lo vamos a ocupar para ayudar a los afectados…”, así se hizo, al día siguiente, el día 4 de Enero, “La Esperanza” digna de su nombre, traída a la esperanza de los veracruzanos que no imaginaban lo que sucedería. Siendo las 10 de la mañana, el buque fondeaba el muelle del Puerto de Veracruz, donde ahora se le conoce como “El Malecón”, allí, la comitiva, encabezada por Mons. Leopoldo Ruiz y Flores, dieron la bienvenida al Quinto Obispo de Veracruz, de quien al verlo dijeron: “es muy joven” y luego de su recibimiento, las palabras de bienvenida le supieron a amargura, pues dijo: “He salido esperando la Gloria, pero de la misma manera que a Jesús que encontró un pesebre como cama, yo encuentro a mi Diócesis en medio de una desgracia, pero Dios nos ayudará”. Una vez dicho esto, se dirigieron al vehículo que lo llevaría a abordar al tren y poder dirigirse a su sede, la Catedral de Xalapa, misma que al llegar, se le presentó el mapa de lo que integraba prácticamente a todo el estado de a Veracruz y parte del estado de Puebla… ¡Jesús, pero se hace camino al andar!, hicieron el papeleo de protocolo, y de inmediato, en lo que ahora es el Antiguo Palacio Episcopal, puso el dinero que llevaba en su bolsa, su cruz pectoral y su anillo y dijo: “pongo todo esto para ayudar, ¿quién le entra? Y es así como inicia su labor como el obispo de los pobres y el gigante de la caridad, llevando a todos los lugares afectados por el sismo, el consuelo espiritual y material, asegurándoles que en la oración, también encontrarían el consuelo esperado. Recorrió decenas de pueblos, tanto que esa primera misión le llevó dos años, en los que conociera a su gente y su gente a él y que ahora, año con año, le visitan en recuerdo de aquella primera vez en que el obispo gordo, de ojos azules y que hablaba medio raro, por eso de las erres, les hiciera parte de él y él fuera parte de ellos, dejando grabadas en su memoria, las palabras que fueran su estandarte, tanto para abrir, como para cerrar sus misiones, cartas y demás: “Dios colme a usted de bendiciones, y lo llene de su santo amor”. En recuerdo de los 100 años de su llegada a Veracruz.