*II PASCUA O DE LA DIVINA MISERICORDIA/A. I.- LOS PRIMEROS DÍAS DE LA IGLESIA (Hch 2,42-47).* Hablar de los inicios significa siempre volver a las raíces, a las fuentes y a las dificultades enfrentadas, desde la perspectiva del qué o cómo le hicieron para superarlas y, con esta experiencia, nosotros salir fortalecidos. La Constitución dogmática sobre la Iglesia -del Concilio Vaticano II- afirma que, para salvar al hombre, Dios constituyó un pueblo y eligió a Israel con quien hizo alianza y a quien se fue revelando gradualmente; esto sucedió como preparación y figura de la alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo con su sangre derramada, convocando un nuevo pueblo de judíos y gentiles que se unificara en el Espírtu y, así, constituyeran el nuevo pueblo de Dios (cfr. LG 9) que en Cristo es un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de toda la humanidad (cfr. LG 1). Los balbuceantes pasos de esta primitiva comunidad, los encontramos en Hch 1,12-26 cuando, después de la ascensión, tomaron las primeras decisiones: vivir en torno a la figura de Pedro (cfr. Jn 21,15-19; Mt 16,18-19) y en comunidad, perseverar en la oración en compañía de varias mujeres y de María, la Madre de Jesús (Hch 1,14), así como también la sustitución de Judas; el c. 2 muestra a esta joven Iglesia en la experiencia de Pentecostés, las primeras conversiones y a una comunidad que paulatinamente se va consolidando. Destacan cinco actitudes fundamentales de estos bautizados y la constancia con que: 1.- escuchaban la enseñanza de los apóstoles; la Iglesia es apostólica porque nació de la predicación apostólica, por lo que mantener el vínculo apostólico, es fundamental para permanecer en comunión, para ser Iglesia; 2.- vivían la comunión, es decir, la unión de los corazones que se expresa y refuerza poniendo los bienes a disposición de la comunidad (cfr. 1Co 1,9); 3.- participaban en la fracción del pan -antiguo nombre dado a la Eucaristía (cfr. Lc 24,35)- en el que se reciben el Cuerpo y la Sangre de Cristo anunciando su muerte y resurrección hasta que venga (cfr. 1Co 11,26); 4.- participaban de la oración comunitaria y personal. Destaca de modo especial la 5a. actitud misericordiosa para con los hermanos, pues se desprendían de lo suyo para que cada quien recibiera según sus necesidades, una expresión de la misericordia de Yahvé para con su pueblo. *II.- A LOS QUE LES PERDONEN LOS PECADOS (Jn 20,19-31).* Conocido y comprendido el misterio de la resurrección, los discípulos inician una nueva etapa, la naciente Iglesia y el mensaje que debía proclamar al mundo, conforme a su propia experiencia del encuentro con el Resucitado; algunos profetas anunciaron el día de Yahvé como un día terrible, lleno de tinieblas, día de ira y de castigo, día que nadie podrá soportar (cfr. Jl 2,1-2; Am 5,19-29; So 1,14-18; Ab 16-18; Na 1,2-8; Ml 3,1-6), aunque también -y hay que decirlo- encontramos anuncios de la misericordia y del perdón de Dios, como es el caso de Mi 7,18-20. Todo este bagaje bíblico, más la experiencia de Jesús muerto y resucitado, sirve a los discípulos para ir viviendo el primer anuncio: el mismo domingo de Resurrección encontramos tres apariciones, una a María Magdalena (vv. 11-18) y dos a los discípulos, como lo muestra el texto hoy proclamado y aquí encontramos que el Señor da la paz a los suyos (vv. 19-21.26), los une o incorpora a la misión del Reino, les comunica el Espíritu Santo y el poder para perdonar los pecados; Cristo resucitado es el rostro de la misericordia del Dios Padre que nos reveló en la parábola de Lc 15,11-32; en Él, Dios nos ha reconciliado consigo mismo mediante su sangre derramada en la cruz (cfr. Col 1,20): Dios es el Padre que perdona y da la vida eterna en su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Así que un elemento básico e inseparable en el anuncio del Evangelio lo es también la práctica de la misericordia (cfr. Mt 5,7), como lo encontramos desde los inicios de la Iglesia (cfr. Hch 6,1-7; 11,29; 1Co 16,1; Ga 2,10), pero de un modo muy especial, tengamos presente la misericordia de Jesús el Buen Pastor (Jn 10-11). *III.- PARA QUE ALCANCEN LA SALVACIÓN (1Pe 1,3-9).* Revelada ya la resurrección, el cristiano sabe ahora que su casa es el cielo y que en la tierra “vive en el destierro” y debe, por tanto, evitar los vicios y males del mundo; para esto, Dios lo protege rociándolo con la sangre de Cristo. Ahora tenemos la esperanza de una vida nueva en el Resucitado a quien amamos aún sin verlo y superamos las pruebas, a fin de que nuestra fe sea probada, purificada y fortalecida para alabanza y gloria de Dios Padre. *ACTIVIDAD* : 1.- La comunión nace de los bienes -espirituales y materiales- compartidos por toda la comunidad y tú, ¿qué aportas a la comunión?; 2.- ¿cuál es el signo distintivo de que ejercitas la misericordia?; 3.- ¿qué estás haciendo para vivir la salvación que Jesucristo te ha dado con su resurrección? *Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez.*