*NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO/C. I.- EL PASTOR DE ISRAEL (2S 5,1-3).* Cuando Israel bajó de Canaán a Egipto, lo hizo como un solo clan familiar, se trataba Jacob, sus hijos y sus mujeres, así como también los hijos de éstos, estableciéndose en la región de Gosen (Gn 46-50), ya que eran pastores. El libro del Éxodo da cuenta de la radical y cruel transformación de la situación de Israel; con el paso del tiempo y ante la prosperidad hebrea, los egipcios reaccionaron con tiranía y con la opresión; ante tal situación, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, libera a Israel sacándolo de Egipto bajo la conducción de Moisés, quién lo guía y acompaña por toda la etapa del desierto. La entrada a la tierra prometida se realiza con Josué a la cabeza como sucesor del gran legislador, incluyendo la repartición del territorio, estableciéndose cada tribu prácticamente de manera independiente; la jefatura de Josué llega a su fin con la gran asamblea de Siquén (Jos 22-24), para dar paso al periodo de los jueces que refleja otro momento de opresión por parte de los pueblos vecinos y que unía -al menos temporalmente- a las tribus en torno a la figura de un caudillo que organizaba la defensa y dirigía al ejército, pero al pasar el peligro todos regresaban a su vida cotidiana y autónoma. El origen de la monarquía lo encontramos en 1S 8, cuando el pueblo pide un rey (v. 5b), porque quiere ser como los otros pueblos; así, por instrucciones de Yahvé, Samuel unge a Saúl, inaugurando la monarquía en Guilgal (11,14), pero debido a la desobediencia de Saúl (15,1-23), David es ungido rey de Israel (16,12). En 2S 2,4, tiene lugar la unción de David como rey de Judá, sin que, hasta ahora, Israel se haya logrado consolidar como un solo pueblo. El texto de hoy da ese gran paso para hacer de todas las tribus un solo Reino, bajo el reinado de David; él se convierte en el pastor de todo Israel, el guía que los lleva a la unidad y los constituye en un solo pueblo. *II.- HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO (Lc 23,35-43).* Durante los últimos minutos de la vida terrena de Jesús, tiene lugar una batalla muy similar a la narrada en 4,1-13, cuando en el desierto el diablo intenta apartar a Jesús del proyecto de Dios, su Padre, después de cuarenta días de ayuno y oración; la fórmula es la misma, pero ahora puesta en boca diversos personajes: las autoridades religiosas son las primeras en aparecer como instrumentos del enemigo (v. 35), luego, en el v. 36, será el turno de los paganos representados por los soldados romanos; a continuación tenemos a un malhechor, uno dedicado a hacer el mal y que repite exactamente lo mismo (v. 39); quien difiere de todos es el otro malhechor ( v. 40) quien, después de reclamar a su cómplice, se dirige al Rey de los judíos para pedirle algo muy peculiar “acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino” (v. 42). Como podemos ver, todos estamos junto a la cruz del Señor, todos estamos representados, desde los que se creen buenos, pasando por los paganos, hasta los que obran el mal; se trata, por una parte, de la actitud con la que nos presentamos ante el Redentor y, por otra, de saber llegar al corazón de Jesús, de saber hablarle y dejar que el efecto de su amor misericordioso se derrame sobre cada uno de nosotros; el “buen ladrón” supo hacerlo a la perfección y nos invita a imitarlo en esta actitud, ya que Cristo murió para hacer de todos nosotros un solo pueblo, el auténtico pueblo de Dios. *III.- EL PERDÓN DE LOS PECADOS (Col 1,12-20).* El Evangelio ha llegado a nosotros y es causa de salvación, motivo por el cual damos gracias a Dios Padre; por esta razón, san Pablo comienza este himno con una acción de gracias, porque en Cristo participamos en la herencia de su pueblo santo, al trasladarnos al Reino de su Hijo por quien tenemos el perdón de nuestros pecados. Él es el primogénito de toda la creación porque en Él y por Él fueron creadas todas las cosas, es el primogénito de entre los muertos y por Él quiso reconciliar todas las cosas. *Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez* .