*XXIV ORDINARIO/A. I.- PERDONA LA OFENSA (Sir 27,33-28,9).* El autor sagrado presenta el tema del rencor como algo detestable, pero que lamentablemente es común en la persona humana y, al mismo tiempo, invita a renunciar a él, lo cual exige un acto de voluntad con lo que se confirma que el rencor, es algo voluntario; insiste, en cambio, en la necesidad de desterrarlo de nuestras vidas mediante el ejercicio del perdón. Pero, ¿cuál es o dónde está la fuente del perdón? La respuesta la encontramos en el Salmo 103 (102) cuando dice en el v. 8 “Yahvé es clemente y compasivo, lento a la cólera y lleno de amor (cfr. Ex 34,6); también pone de manifiesto cómo actúa Dios en los vv. 3-5 “Él, que tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y ternura, satura de bienes tu existencia, y tu juventud se renueva como la del águila”. Estos últimos versículos, se reflejan en la obra de Sirácide, al poner al creyente frente a su propia conducta a la cual contrapone la actitud del Señor. Razón por la cual invita al perdón a la luz de los mandamientos (cfr. Lv 19,18-19) y la alianza del Altísimo. *II.- DE CORAZÓN (Mt 18,21-35).* San Mateo presenta el final del discurso eclesiástico destacando tres elementos: corrección fraterna, oración en común y, finalmente, el perdón de las ofensas. El primer elemento no me afecta en nada, pero no debo ser indiferente a la situación del hermano, no se le puede ignorar; en el último, la acción del hermano sí me afecta directamente y la catequesis cierra con la afirmación de perdonar hasta “setenta veces siete”, es decir, siempre. Y, por si no había quedado claro, enseguida va la parábola que presenta a un siervo que pide y obtiene el perdón, pero que luego se niega a otorgarlo a su hermano y recordemos que Ezequiel nos decía el domingo pasado que si el justo se aparta de la justicia y comete el mal, morirá a causa de su pecado. Esto nos lleva a pensar que si somos imagen y semejanza de Dios, más aún, hijos suyos, no se concibe que nuestra conducta sea contraria a la de nuestro Padre. *III.- SOMOS DEL SEÑOR (Rm 14,7-9).* En el contexto de la caridad para con el débil en la fe -unos se preocupan por la comida, otros por los días-, san Pablo nos exhorta a acogerlo, porque Dios ya lo ha llamado y lo ha acogido. De lo que ahora se trata no es de despreciar o juzgar, sino de acogerlo para ayudarlo a madurar en la fe y llegue a comprender que en la vida y en la muerte, somos de Dios, pues para Él vivimos y para Él morimos redimidos, porque Cristo resucitado es Señor de vivos y de muertos. De ahí la necesidad de perdonar siempre. *Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez*