*XIV ORDINARIO/A. I.- ¡ALÉGRATE HIJA DE SIÓN! (Zac 9,9-10).* La invitación hecha por el profeta se comprende mejor considerando los anuncios realizados en los oráculos anteriores. Yahvé es el dueño de la tierra y anuncia la derrota y fracaso de las ciudades opresoras o que habían acumulado riquezas y, ahora, Dios mismo será quien cuide a su pueblo; por lo tanto, se acabó la opresión. Ahora sí hay razones para gritar de júbilo, para gozar sin freno, porque el Rey de Israel es diferente a los reyes terrenos. Es necesario poner en Él nuestra mirada para saber reconocerlo, pues es justo, humilde y viene montado en un burrito, pero también es victorioso. Con Él se instaura la era de paz, ya que los símbolo bélicos carros, caballos y arcos (cfr. Gn 9,13) desaparecerán. *II.- VENGAN A MÍ (Mt 11,25-30).* El pasaje mateano que hemos escuchado está motivado por tres grandes sucesos: el retorno de los misioneros y el compartir su experiencia (cap. 10), la pregunta de los discípulos de Juan el Bautista (11,2-15) y la incredulidad de los judíos (11,16-19). En la primera parte del texto (vv. 25-27), se trata el tema de la relaciones de Jesús con su Padre, con reminiscencias de los libros sapiensales, como por ejemplo Proverbios, Sirácide y de un modo especial, Sabiduría. El motivo de la bendición es el conocimiento, ahora de los discípulos, de los Misterios de Reino que deriva de la acción evangelizadora de Jesús, con lo que indica una estrecha relación y el profundo conocimiento que Él tiene del Padre y lo está dando a conocer, porque es el enviado del Padre para revelarlo y darnos vida eterna y hacernos sus amigos (cfr. Jn 17,3; 15,15). La segunda parte del texto supone ya una identidad del auditorio, lo que da pie a la invitación al discipulado; Jesús es el Maestro dulce, amoroso y tierno, cuyo yugo es la sabiduría y el amor. Sólo hay que imitarlo, porque es manso y humilde de corazón. *III.- CONFORME AL ESPÍRITU (Rm 8,9.11-13).* Ya san Pablo nos eneseñó que por el bautismo hemos muerto con Cristo al pecado y hemos renacido con Él a la vida de la gracia. ¿Qué sigue? Hacer morir las obras del cuerpo, con el Espíritu. Cuando el Apóstol de los gentiles habla de “carne” habla, diríamos, de la naturaleza humana sin la gracia, cuyas apetencias son de pecado y la insistencia es que el Espíritu de Dios habita en nosotros y, por lo tanto, pertenecemos a Cristo y vivimos la misma vida de Cristo. *Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez*