Si el gobierno adopta la postura del avestruz mirando para otro lado, insistiendo en la cantinela de “abrazos, no balazos”, lo único que logrará es que la situación vaya de mal en peor.
Los asesinatos de dos sacerdotes de la Compañía de Jesús así como de un guía de turistas que tuvieron lugar la tarde del lunes 20 de junio en Cerocahui (Chihuahua) han causado expectación en el mundo entero a la vez que amenazan la estabilidad política del régimen del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Desde los primeros años del siglo XVII –poco después de la llegada a México de los jesuitas- estos religiosos realizaron su labor misional en lo que hoy son los estados de Baja California, Sonora, Chihuahua y Durango.
Una ingente labor misional que no solamente cristianizó a los habitantes de aquellas desérticas regiones, sino que contribuyó a que pueblos enteros se castellanizasen, tomasen conciencia de su identidad y, una vez civilizados, contribuyesen a dar vida a ese mosaico multicolor que es la nación mexicana.
Una labor heroica en la que no faltaron tragedias como la ocurrida en 1617 debido al martirio de misioneros jesuitas allá por los rumbos de los Tepehuanes, en Durango.
Esto ha causado que todo jesuita que tenga vocación de héroe considere un premio que lo destinen a las antiguas misiones de la Tarahumara.
Una vocación heroica que muchas veces trae aparejado el martirio.
Como fue el caso, en días pasados, de dos sacerdotes muy queridos por las comunidades de aquellos rumbos: Javier Campos Morales, S.J. y Joaquín César Mora, S.J. asesinados –como al principio dijimos- el lunes 20 de junio.
En este caso las muertes no fueron causadas por la rebelión de indios paganos azuzados por los hechiceros como ocurrió con los mártires de los Tepehuanes.
Y tampoco fueron causadas por la persecución religiosa emprendida ya fuese por Calles o ya fuese por Garrido Canabal.
En este caso fueron debidas a motivos rastreros que no por eso dejan de convertir en héroes a las víctimas; motivos rastreros que tienen sus raíces en las bandas de narcotraficantes que –al igual que lo han hecho en el resto del país- se han apoderado también de aquella zona.
Los dos jesuitas asesinados perdieron sus vidas al intentar salvar la de quien huía de un sicario a quien no le importó profanar un recinto sagrado al ejecutar allí a sus víctimas.
Crímenes sacrílegos que demuestran como la descomposición moral ha llegado a extremos de putrefacción puesto que los asesinos ya ni los templos respetan.
Crímenes sacrílegos que demuestran cómo la estrategia presidencial de “abrazos, no balazos” ha resultado ser un rotundo fracaso, puesto que únicamente ha servido para darle alas a unos desalmados que saben de antemano que sus delitos –por muy graves que sean- quedarán siempre impunes.
Crímenes sacrílegos que hacen que se tambalee una tácita alianza de cooperación que se había establecido entre la Compañía de Jesús y el gobierno de la Cuarta Transformación.
Y es que al gobierno de AMLO no le queda más alternativa que la de perseguir, juzgar y castigar a los culpables.
Solamente así, garantizando un clima de paz basado en la Justicia, podrá darse certeza de paz y seguridad a una sociedad aterrada que clama a gritos que se imponga un sistema respetuoso de los derechos humanos.
En cambio, si el gobierno adopta la postura del avestruz mirando para otro lado, insistiendo en la cantinela de “abrazos, no balazos”, lo único que logrará es que la situación vaya de mal en peor.
Y si la situación despeñase al país por un barranco, no nos cabe la menor duda de que los primeros en alzar la voz serían los jesuitas, quienes siempre se han distinguido por proteger a los más humildes sin importarles desafiar a los poderes establecidos.
“Con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho”, frase proverbial de un Don Quijote que no deseaba empeorar la situación arrojando piedras contra un avispero.
Y en este caso concreto, siempre que regímenes autoritarios han desafiado a la Compañía de Jesús (a la cual pertenece el Papa Francisco) la Historia nos demuestra como tal desafío ha resultado ser un pésimo negocio.