El PRI fue siempre un partido pragmático cuya preocupación nunca fue elaborar o respetar una ideología determinada.
En México existe un monopolio que está provocando mucho daño y cuyas consecuencias pueden ser graves y duraderas. No me refiero a un monopolio económico; me refiero a otro, me refiero al monopolio del discurso, o de lo que algunos prefieren llamar ahora, “narrativa”. Y esto más que un logro de AMLO, de Morena o del actual gobierno, es más bien producto de la omisión y de la torpeza, tanto intelectual como comunicativa, de la oposición. En México, los partidos políticos de oposición al gobierno de Morena padecen de muchas miserias, pero creo que la principal y más dañina es su carencia de discurso, su incapacidad de tener algo que decirle a la gente, que le llegue y le haga sentido.
Para entender por qué sucede esto hay dos explicaciones principalmente. Una es la que lo adjudica a la ausencia de una ideología, es decir, a la carencia de una estructura de ideas, ordenada y coherente que, con premisas sólidas, elabore tesis que expliquen los problemas de nuestra realidad actual y, a partir de ahí, proponga soluciones a éstos. Otros piensan que ese no es el dilema, sino que en realidad la cuestión está en quiénes son los representantes y los voceros de esa oposición, pues cualquier discurso se diluye ante la ausencia de credibilidad y de autoridad moral de los opositores.
Creo que el drama está en que nuestra oposición política padece las dos cosas: no han sabido elaborar un discurso que explique nuestra circunstancia actual, ni la de México, ni la del mundo y, además, los líderes y voceros de los partidos que supuestamente son la oposición dura a este gobierno, en efecto, carecen de credibilidad. ¿A qué se debe esto? Intentaré alguna respuesta, empezando por el PRI.
El PRI fue siempre un partido pragmático cuya preocupación nunca fue elaborar o respetar una ideología determinada. Le bastó decir que era el partido de la Revolución Mexicana y ésta le dio para todo, pues, como sabemos, la Revolución fue un largo proceso donde hubo varias revoluciones. Así, siempre hubo una revolución y un héroe a escoger, según lo demandara el momento y las filias o fobias del presidente en turno. Aguantó presidentes que se creyeron rebeldes de izquierda y confrontaron al sector privado, como Cárdenas y Echeverría, y a quienes priorizaron el impulso económico con una visión empresarial del país, como Alemán o Carlos Salinas. Tuvo presidentes “caballeros”, como Ávila Camacho y golpeadores como Díaz Ordaz. Lo que siempre presumió el PRI fue su efectividad, su “oficio” para gobernar. Y cuando necesito de ideas, convocó a gente pensante, pero no para conformar una ideología, sino para proponer soluciones a problemas prácticos, pero todo eso se acabó con el siglo XX. Sin la intención de generalizar, podemos decir que al PRI llegó hace algunos años una nueva generación (el “nuevo PRI”) totalmente decepcionante. No se caracterizó por ser gente de ideas, ni tampoco por su “oficio” para gobernar. Se caracterizaron, lamentablemente, por su mentalidad caciquil, sus prácticas mafiosas y su desmedida ambición por los negocios y el dinero. ¿Qué pudo emerger de ahí? Escándalos de corrupción y un freno a la transición democrática que había iniciado el país.
Fue tan evidente esa corrupción, que le otorgó contenido al discurso demagógico de López Obrador. Y fue tal su descrédito con la ciudadanía que, ante su inminente derrota, los asaltó el miedo de que ganara un gobierno que realmente los investigara y prefirieron pactar con un opositor (AMLO) que les garantizara impunidad. A cambio, el gobierno federal priísta y muchos gobiernos locales ofrecieron abrirle el camino a Morena rumbo al triunfo. Así fue, y así nos fue.
Lo más grave y triste del asunto es que eso sigue sucediendo ahorita. Los gobernadores priistas siguen pactando con Morena transiciones “suaves”, en donde la divisa del sucesor no sea investigar o fastidiar a su antecesor, y a cambio el gobernador del PRI nada de “muertito”, no lucha por el triunfo de su partido y le despeja el camino a los candidatos del presidente. Cuál, si no, sería la explicación del actuar de gobernadores recientes como Quirino Ordaz en Sinaloa, Astudillo en Guerrero o Pavlovich en Sonora y de que, incluso, algunos estén próximos a asumir cargos en el gobierno federal. Gobernadores actuales como Del Mazo y Murat no reprimen sus elogios al presidente, como si éste fuera de su partido. En el caso del gobernador de Oaxaca las contradicciones llegan a tal punto que en su casa se negoció el Pacto por México, que tuvo como bandera principal la Reforma Energética que promulgó el gobierno anterior. Y ahora, Alejandro Murat se ha convertido en promotor de la iniciativa energética del presidente López Obrador que quiere destruir aquella. Los dirigentes del PRI y sus líderes en el Congreso están limitados en su capacidad de confrontar al gobierno actual porque arrastran una inmensa cola que los hace torpes e inválidos para ejercer las labores propias de una verdadera oposición, que tanto urge al país. Huérfanos ya del amparo que les daba ser el partido de la Revolución y sin nada que presumir en cuanto a su “oficio” para gobernar, ¿de estos políticos podemos esperar algo que realmente desafíe al actual gobierno?, ¿a este tipo de políticos se les puede considerar realmente oposición?