Columna: Sentido Común
Ahora resulta que la bala que mató a la estudiante Aideé Mendoza no fue calibre 22, sino 9 mm, por lo que no pudo haber sido disparada por una pluma-pistola, sino por un arma convencional y que tampoco se disparó desde dentro del salón de clases, sino que entró educadamente por la puerta y provenía de un predio aledaño al CCH; ahora dicen que no entró horizontalmente por un costado de su tórax, sino de arriba hacia abajo como una parábola.
Lo curioso es que dejaron correr la versión de la pluma-bala como para distraer la atención, hasta que la fiscalía hizo la necropsia y creó esta nueva versión que ahora a nadie convence. A otros con este cuento, ¿quién les va a creer esta nueva ficción?.
La bala ya no se disparó en el salón y tampoco entró por la ventana, sino que es una bala perdida que entró por donde siempre entran los alumnos, por la puerta del aula. Al principio se decía que el orificio era tan pequeño que solamente podría ser de un calibre 22, que se escuchó un chasquido como al abrir una lata de refresco, ahora resulta que nadie escuchó nada.
Sin embargo, ahora corre la versión de que la bala no era para Aideé, sino para el maestro que se dedica presuntamente al narcomenudeo, pero qué creen, no le atinaron, o sea que el catedrático sigue en peligro, porque si es el objetivo irán detrás de él hasta cazarlo. De cualquier modo, los focos rojos están encendidos en el CCH, porque si alguien se atrevió a disparar un arma desde afuera del salón de clases, sin importar a quien iban a lesionar y le tocó a una mujer inocente, que entre sus planes de futuro estaban estudiar medicina forense y ahora está muerta en una gaveta de la morgue. Sus sueños murieron con ella y sus compañeros están en riesgo.
Lo cierto es que en el CCH hay tráfico de drogas y que los estudiantes portan todo tipo de armas sin que nadie se los impida. Esto no es nada nuevo, todo el mundo lo sabe incluso las autoridades de la ciudad y las de la universidad. Es tiempo de que hagan algo para proteger a los jóvenes que sí van a estudiar como lo hacía Aideé Mendoza, quien fue despedida con dolor por sus familiares en su natal estado de Puebla.
A LOS NIÑOS SE LES CANSÓ EL GANSO
Durante el desayuno en Palacio Nacional varios niños se quedaron dormidos sobre la mesa, a algunos los tuvieron que despertar sus compañeros con un codazo, otros se la pasaron cabeceando o tratando de abrir los ojos para no desmayarse. Y es que no era para menos, se despertaron a las cuatro de la madrugada para poder llegar a tiempo a desayunar con el presidente Andrés Manuel López Obrador. La noche anterior los niños se fueron a acostar felices de que desayunarían con el presidente, pero no todos pudieron conciliar el sueño por la emoción o por el temor de no poder levantarse.
En efecto no era un desayuno cualquiera, estaban escuchando el mensaje del presidente de la República, pero no vayan a pensar que les aburrió el discurso, sino que se estaban durmiendo por la des-madrugada. El mensaje sí les interesaba, les hablaron de pobreza y de humildad, algo nuevo para muchos, de si sus maestros enseñan bien o no, y qué creen, que a los chamaquitos se les cansó el ganso, o mejor dicho los cansó el ganso. De cualquier modo, esta sería una mañana inolvidable, desayunaron con el presidente de la esperanza y también les habló bonito su esposa, quien por cierto fue muy consciente de la tortura que los niños estaban padeciendo en su día y prometió que sería breve y les cumplió.
Así festejaron el Día del Niño en Palacio Nacional, donde predominaron más los bostezos que los aplausos.