Por: Jorge Yunis Manzanares
En la nueva normalidad maestro y educando se reconcilian con la tecnología, la misma que ahora suple la tarea presencial. Fría, metódica, pero necesaria, la nueva modalidad se abre paso evadiendo las fauces del mortal virus. Los jóvenes de la “generación confinada”, han tenido que lidiar con este inédito fenómeno, trastocando una tradición de siglos, que ni los mejores pedagogos hubieran siquiera imaginado. La rutina colegial ha mutado, ya no más risas y alegrías en las estancias escolares, las aulas hoy lucen vacías, sin el bullicio matinal y vespertino han cambiado sus fechas para mejores tiempos. Los maestros a marchas forzadas son bombardeados con una y otra y otra academia, con cursos exponenciales de dos años en semanas. Nadie sabe cómo, nadie encuentra la formula, la que ajuste los rumbos de un programa obsoleto que no encuentra acomodo en esta nueva versión. Se hace lo necesario dicen, se aprende sobre la marcha. Lo cierto es, que en este laboratorio improvisado los estudiantes son los conejillos… pero no hay marcha atrás porque no hay manera de hacer algo diferente, se hace lo que se puede esa es la consigna, es ese el lema. Más allá de las cámaras; los maestros advierten la cruda realidad del México diverso, el de las paredes de adobe, el México pobre, el que vive en el hacinamiento, el de las comunidades rurales el de las colonias perdidas, El México mágico donde no todos pueden. El México de jóvenes y padres que se han endeudado por un teléfono, un televisor y en casos extremos por una computadora sin marca. Pero tiene que ser así, debe ser así, pues el ciclo escolar no espera y el programa debe finalizar. Al final del día, el monitor se apaga, el maestro se despide, el alumno cambia su versión buscando en su monitor una página distinta, esperando que mañana la rutina sea diferente, tal vez sin la presencia del maestro, que ya no podrá advertir las falencias del educando.