Nadie pudo imaginar que en esta época de la ciencia y del progreso se pudiera presentar una pandemia que azotaría al mundo entero y modificaría la forma de vida de millones en todo el planeta.
Un año que terminó de una manera que nadie podía haber imaginado. Es cierto que en México no se tenían muy buenas expectativas por las políticas que había venido adoptando el gobierno y por las que planeaba en adoptar para este año, pero nunca nadie pudo imaginar que en esta época de la ciencia y del progreso se pudiera presentar una pandemia que azotaría al mundo entero y modificaría la forma de vida de millones en todo el planeta, que afectaría gravemente la economía mundial, que aislaría a los países y a los mismos ciudadanos aún de sus propias familias, y sembraría en muchos un temor incluso de muerte.
Ante una situación así, la reacción de las personas y de las familias, y de los gobiernos fue muy diferente, y podríamos decir que por el aislamiento fue también una oportunidad para hacer un alto en el camino y reflexionar sobre el cauce del mundo actual, pero también sobre la vida, y sobre la situación personal de cada uno no solamente económica, o de salud, o de sus relaciones personales, sino del sentido de la vida misma para cada uno. No sé sobre este punto que tanto se haya podido reflexionar, ante un mundo que nos ha metido tanto ruido en la existencia diaria, porque aún en el aislamiento los medios siguieron estando muy presentes ejerciendo su influencia en casi todos.
Tal vez el temor a morir contagiado por este virus invisible que ataca de la forma más inesperada a ricos y pobres, famosos y desconocidos, sanos y enfermos, mayores y jóvenes y cuyos resultados son imprevisibles, sea un momento único para apreciar más la vida, y buscar cuál es su sentido pleno y trascendental, y en base a ello trabajar porque haya cada vez un sentido más profundo de respeto a la misma, que ha sido dañado profundamente por la violencia sin control en nuestro país, y a nivel global por una cultura que algunos llaman de los nuevos derechos humanos, pero en su contexto es una cultura de la muerte encabezada por políticas proaborto y eutanasia.
Y es que ahora que prácticamente todos estamos amenazados por este enemigo invisible que ya ha conducido a la muerte a millones en el planeta es el momento de hacer un examen de conciencia sobre la manera en que el mundo está manejando la visión de la vida desde su inicio hasta la muerte, y resulta que hay un poderoso movimiento internacional que domina desde los gobiernos hasta los medios de información y la educación para eliminar ese respeto al inicio y al final de la misma, haciendo ilógico que después se quiera inculcar su respeto en las otras etapas. La dignidad y el derecho a la vida, el principio más fundamental para que una sociedad pueda existir y desarrollarse no puede ser seccionado por ninguna ideología, que además se basa en principios que van contra la misma ciencia, pues es irrebatible que el nuevo ser que se desarrolla dentro de la mujer no es un apéndice del mismo, sino un ser totalmente independiente con sus propias características desde el inicio y solamente se va desarrollando, y por otro lado en cuanto a la eutanasia, que puede llegar a ser el crimen del Estado contra los que considera inútiles, o de los mismos hijos contra sus propios padres, por intereses económicos u otros pone también en peligro la vida de muchos supuestamente para defenderlos de sufrimientos innecesarios.
Ojalá este momento crítico que estamos viviendo, aunque con la expectativa de que las nuevas vacunas con el tiempo surtan su efecto, y con la esperanza de muchos que todavía profesan una fe religiosa de que Dios se apiade de esta sociedad, nos impulse a valorar la vida en su ciclo natural total y nos comprometa a trabajar porque los grupos y los políticos y los intereses económicos que representan y promueven estas corrientes antinaturales no logren conseguir sus objetivos, pero sobre todo porque en la conciencia de todos, jóvenes y mayores quede profundamente inscrito que el respeto a la vida debe ser siempre el primer principio por el que debemos luchar y vivir.