*VII ORDINARIO/C. I.- A CADA UNO SEGÚN SU JUSTICIA Y SU LEALTAD (1S 26,2.7-9. 12-13. 22-33).* El primer libro de Samuel presenta en este cap. 26, parte de las peripecias sufridas por David desde que Saúl, el rey, decidió acabar con la vida del héroe de la batalla contra los filisteos en la que derrota y da muerte al temible Goliat (cap. 17). El cap. 18 presenta la escena del retorno victorioso de aquel episodio bélico, mientras que las mujeres salían cantando: “Saúl mató a millares y David a miriades” y desde aquel día en adelante miraba Saúl a David con ojos de envidia (18,9). Esta actitud fue subiendo de tono, al punto que obliga a David a huir y comenzar una vida errante para salvar su vida y es en este contexto en el que ubicamos el fragmento de hoy que muestra nuevamente -antes lo vimos en el cap. 24- a Saúl en situación de desventaja, indefenso. La actitud de Abisay refleja el pensamiento humano que pretende guiarse por la sola razón y no toma en cuenta a Yahvé; él ve en esta situación la oportunidad de deshacerse del enemigo, con lo cual se daría termino a la huida de David. Sin embargo prevalece la sensatez y la cordura, porque en vez de mirar al enemigo desprotegido, David ve el carácter religioso del rey, el “ungido de Yahvé” a quien Dios ha elegido y le pertenece; se muestra así la generosidad de David y su confianza en que Dios hará justicia y dará a cada uno según sus obras. *II.- HAGAN EL BIEN (Lc 6,27-38).* Mt 5 presenta un relato paralelo a la catequesis que hoy nos presenta san Lucas: los temas centrales son el amor y el ejercicio del bien; en torno a estos dos elementos gravitan todos los demás y es lo que da sentido y valor a toda acción, de modo que el discípulo ha de considerar en todo momento, que el amor no distingue, no excluye, sino que va dirigido a todos, porque el modelo o referencia es Dios, quien es bueno con los desgraciados y los perversos (v. 35). El hecho de amar, de hacer el bien, de no juzgar, de prestar y el dar, implica siempre desprenderse de algo para entregárselo al otro, es una renuncia a un posible beneficio para que se beneficie el hermano y para que experimente el amor y la misericordia del Señor. Éste es el camino que construye al hombre, a la persona humana y al discípulo, porque de este modo se alcanza el objetivo: ser hijos del Altísimo que reciben una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante. Recordemos que la misericordia nos asemeja al Padre y practicar las obras de misericordia será siempre el camino seguro que nos llevará hasta la presencia del Señor. *III.- SEMEJANTES AL HOMBRE CELESTIAL (1Co 15,45-49).* Ante la inquietud sobre con qué cuerpo vuelven a la vida los muertos, san Pablo distingue entre el hombre terreno, sin la gracia, sin el Espíritu y que tuvo vida, frente al último Adán que es espíritu que da vida. El primer hombre, hecho de tierra es terreno; el segundo viene del cielo y nosotros los bautizados seremos semejantes al hombre celestial. *Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez.*