En lugar de hablar de terminación anticipada del embarazo, le llaman “interrupción”, pese a que el proceso no se interrumpe, sino que se cancela definitivamente con el aborto.
Emboscados en la enramada de los argumentos falaces, sesgados y claramente malintencionados, y con actitudes agresivas disfrazadas de defensivas, los amigos de la muerte han hecho aparecer ante la sociedad la posibilidad de matar inocentes como un derecho de las personas adultas.
Decenas de expresiones discursivas engañosas, basadas en premisas erróneas, han convertido en políticamente correcto estar del lado del asesinato de indefensos, en aras de preservar la vida y mantener la impunidad de los asesinos.
Hoy, los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en estricta defensa de la división de poderes Constitucional, sin la cual no tendría cabida nuestra democracia, afrontaron con valentía el estentóreo reclamo de un derecho que no existe.
Hoy, la Suprema Corte, con el respaldo de cientos de miles de mexicanos, defendió con gallardía la indispensable división de poderes políticos al levantar el pulgar en favor de quienes no tienen voz, de quienes viven sin conocer aún el mundo exterior: los no nacidos. Ganó la vida y ganó la constitucionalidad.
Todos los estudios científicos serios confirman lo que el sentido común hace evidente: que el ser humano lo es, como persona independiente, desde el momento de la concepción. Que ese ser humano es sujeto de derechos iguales a los que tenemos los nacidos y que nadie, incluidos quien lo espera sin desearlo o quien lo concibió de manera violenta, tiene derecho a quitarle la vida.
Suponiendo, sin concederlo, que no estuviera plenamente demostrado que el cigoto y el feto son seres humanos per se, tampoco está demostrado a cabalidad que no lo sean. Sin embargo, está claro que, en el caso de un embarazo no deseado por la razón que sea, el menos culpable de ese embarazo rechazado es precisamente el no nacido. A las doce semanas o a los cinco minutos, da igual.
Y ante esa incertidumbre, éticamente sólo queda la posibilidad de conceder al no nacido el beneficio de la duda. El beneficio de la vida. Y la Corte le concedió ese beneficio elemental y sentó, a la vez, un sólido precedente jurídico. Es tan evidente que los partidarios del aborto no se atreven a llamar a ese acto homicida por su nombre que, en lugar de hablar de terminación anticipada del embarazo, le llaman “interrupción”, pese a que el proceso no se interrumpe, sino que se cancela definitivamente con el aborto.
Así que la Suprema Corte afrontó con sensatez la gran disyuntiva: ceder para dictaminar la aberración políticamente correcta de dar legalidad (que no legitimidad) al aborto, o fincar un valioso precedente para hacer respetar el principal derecho humano, sin el cual los demás carecen de sentido: el derecho a la vida. Cuatro de cinco votaron por ese respeto.
Y es que el debate medular es el debate por la vida. Todos los demás son irrelevantes frente a este. Son un enjambre de ideas justificatorias, personalistas y egocéntricas que los asesinos emboscados y sus defensores gritan para tratar de que no se escuchen las razones, los argumentos sólidos, ética y científicamente fundamentados.
La Suprema lo entendió así y actuó en consecuencia. La decisión adoptada hoy por cuatro de los cinco ministros de la Primera Sala fue tomada en conciencia y con lógica humanista. Felicidades a los no nacidos por este triunfo, que aún no conocen.