*XIII ORDINARIO/A. I.- HOMBRE DE DIOS ( 2Re 4,8-11.14-16).* Eliseo, discípulo de Elías, aparece en plena actividad profética, siguiendo los pasos de su maestro. Ahora lo encontramos en la ciudad de Sunén o Sunem, en un cuadro paralelo al de Elías en Sarepta (cfr. 1Re 17,8-15). Las palabras y las actitudes de Eliseo llevan a la mujer sunamita a exclamar que él es un hombre de Dios, nombre antiguo también dado a los profetas. La mujer y su esposo, valorando el ministerio del profeta, deciden adoptarlo construyendo para él una habitación para hospedarlo. Uno de los rasgos propios de los servidores del Señor es el saber ser agradecidos y Eliseo lo intenta en dos ocasiones, logrando el éxito hasta la segunda vez, la sunamita será portadora de la vida en su vientre, pues el vidente le anuncia que tendrá en sus brazos a un hijo (cfr. Gn 18,10. Sara). Con esto confirma que Yahvé es el Dios de la vida y que para Él no hay nada imposible (Gn 18,14. Lc 1,37). *II.- ME RECIBE A MÍ (Mt 10,37-42).* El final del “Discurso Apostólico” nos plantea dos temas: 1.- La imitación de Cristo. El discurso de Jesús parece radical y hasta se antoja imposible de cumplir, pero leyendo detenidamente el texto, pondremos la mirada en la expresión “el que no carga su cruz y me sigue, no es digno de mí”. Partimos entonces del tema de la obediencia de Cristo, como nos insiste san Pablo en Flp 2,5 “Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo”, es decir, sean obedientes al Padre, como lo fue Cristo Jesús. Entonces tendremos que decir que el Señor no nos prohíbe amar a nuestra familia, Él mismo nació en el seno de una familia; lo que nos pide es que sepamos jerarquizar con toda honestidad. No somos autoridad en todo y tenemos que obedecer a la autoridad legítima, siempre y cuando no atente contra la justicia. El cuarto Mandamiento es claro y Lv 19,18b lo confirma, pero recordemos que Jesús une el Primero y Cuarto Mandamientos (Mt 22,34-40) afirmando que de estos dos Mandamientos, penden la ley y los profetas. Tengamos presente también que Moisés, en sus cuatro grandes discursos del Deuteronomio, insiste en la fidelidad a la Palabra, cumplir la Palabra, vivir de la Palabra, que necesariamente nos lleva a la Eucaristía, fuente de vida eterna. 2.- Las obras de misericordia (Mt 25,31-46) episodio en el que Jesús se pone en el lugar del prójimo, al punto de decirnos “lo que le hicieron al más insignificante de mis hermanos, a mí me lo hicieron” y “lo que dejaron de hacer al más insignificante de mis hermanos, a mí me lo dejaron de hacer”. *III.- VIVOS PARA DIOS (Rm 6,3-4.8-11).* San Pablo nos presenta a Jesucristo como fuente de vida y salvación; por el Bautismo hemos muerto con Él al pecado, de modo que ya no vivimos en “el cuerpo de pecado”, puesto que hemos resucitado con Él a una vida nueva y, por lo tanto, ahora vivimos en “el cuerpo sin pecado” y todo es por la obediencia de Cristo. *Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez*