*III DOMINGO DE PASCUA/A. I.- EL MISMO DÍA (Lc 24,13-35).* Aún sin entender lo ocurrido, los discípulos comienzan a dispersarse, dos deciden volver a Emaús, simplemente porque las cosas no resultaron como ellos esperaban y, entonces, eligen volver, no solamente al pasado, sino a su pasado. Primero platican y comentan entre ellos, sin darse cuenta de que ninguno puede ayudar al otro, puesto que ambos no habían entendido las palabras del Maestro. En un segundo momento, hablan con un tercero que toma la iniciativa y se acerca a ellos para preguntarles lo que a ellos les interesa (cfr. Jn 4. La samaritana) y, además, les describe su estado de ánimo que no les permite entender los acontecimientos, ni reconocer al Maestro; es más cómodo llamarle forastero ya que esto no exige ningún ejercicio de empatía que implica la puesta en marcha de la inteligencia y de la voluntad y aunque le cuentan lo ocurrido y cómo encontraron el sepulcro vacío, el acento lo ponen en el “pero a él no lo vieron”. Da la sensación de que esperaban verlo y tocarlo físicamente y se resisten a asomarse a la ventana que el Misterio les ha abierto para hacerlos partícipes de este gran don. Es entonces que comienza la -llamémosle así- “operación rescate”, ¿por qué? Porque al final logra que regresen a la gran comunidad, utilizando dos poderosas herramientas: la Palabra que les va explicando por el camino y el Sacramento de la Eucaristía. Cuando descubren que no se puede escuchar, vivir y proclamar la Palabra sin llegar necesariamente a la Eucaristía, porque la Mesa de la Palabra prepara y dispone la Mesa de la Eucaristía. Ahora entienden la experiencia del camino: la Palabra anunciaba ya este Misterio; la presencia del Resucitado en su Iglesia es diferente, sí, pero muy real, pues se ha quedado con su Cuerpo, con su Sangre, con su alma y divinidad en la Fracción del Pan. Pero más sorprendente aún les resulta descubrir que los que supieron permanecer, han pasado por la misma experiencia: “¡El Señor ha resucitado!” (v. 34) y todo ocurrió el mismo día de la resurrección (v. 13), es decir, la eternidad ha comenzado para la humanidad redimida. *II.- DIOS LO RESUCITÓ (Hch 2,14 22-33).* El acontecimiento de Pentecostés puso en movimiento a una multitud y también a Pedro y a los Once. Recordemos que en Hch 1,15-26, tuvo lugar la elección de Matías en sustitución de Judas. Los Doce aparecen totalmente transformados y explicando el sentido real a lo que la multitud había dado ya, una explicación humana “¡Están llenos de mosto!” (2,13b). Pedro comienza recordando la Promesa del Padre y, mediante las Escrituras, demuestra que el Jesús que ellos entregaron a la muerte, es el mismo que resucitó y que ha recibido el Espíritu y lo ha comunicado; lo que ahora ven y oyen, es el cumplimiento de las Escrituras. *III.- LOS HA RESCATADO (1Pe 1,17-21).* La resurrección nos ha hecho hijos de Dios y nos ha hecho hermanos (cfr. Mt 28,10. Jn 20,17) y por eso llamamos Padre a Dios, quien nos ha rescatado de la vida del pecado y la Iglesia entiende ahora que debe vivir del Amor que Dios ha puesto en el centro, por medio del Resucitado, puesto que la fe en Jesucristo, también es esperanza en Dios que nos ha salvado. *Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez.*