Toda promesa implica un compromiso a futuro. Y es el tiempo el que determina su cumplimiento, porque no todo depende de la decisión o de la voluntad ejecutiva, y menos en el ámbito público.
Dice el refrán popular que “prometer no empobrece, cumplir es lo que aniquila”. Antes, durante y después de las campañas electorales, el hoy titular del Poder Ejecutivo se dedicó a: 1. obstruir/destruir cualquier iniciativa, plan o programa de cualquier autoridad pública contraria a su pensamiento; 2. etiquetar/amenazar a los que no somos afines a sus acciones; 3. perdonar/convertir a quienes, en otros tiempos, fueron adversarios políticos que decidieron sumarse a “su causa” transformadora, y 4. prometer, como gancho de la estrategia electoral. Nada sería limitante en la visión maquiavélica de obtener capital político y poder público.
Así, llegaron las promesas de serenar y pacificar al país; cambiar la estrategia de seguridad y regresar a los militares a los cuarteles; frenar los “gasolinazos” (incluida la reducción en los precios de los combustibles); obtener recursos económicos con ahorros, sin impuestos adicionales o sin endeudamiento del país; generar condiciones para la creación de empleos, riqueza… generó grandes expectativas ante desafíos y problemas de un presente desolador e inseguro para las y los mexicanos. En pocas palabras, todo cambiaría con la simple llegada al poder (01 de septiembre de 2018 en el Poder Legislativo y 01 de diciembre del 2018 en el Ejecutivo). Fueron compromisos asumidos públicamente, de manera voluntaria, aunque hoy estén perdidos en la memoria presidencial.
Toda promesa implica un compromiso a futuro. Y es el tiempo el que determina su cumplimiento, porque no todo depende de la decisión o voluntad ejecutiva, y más en el ámbito público. El simple cambio en la administración pública no implica el cambio de las condiciones, sea en el ámbito nacional o internacional.
Tal es el caso del avión presidencial TP01 José María Morelos, en palabras del otrora candidato morenista, símbolo de la corrupción, el lujo, la opulencia y de la “mafia del poder”. Y como símbolo que había que desterrar, tengo presente las portadas de los principales rotativos nacionales, con la foto del pájaro mecánico que emprendía su último vuelo. Se iba directo a la venta porque, según se dio a entender, existían ya clientes interesados en su compra. De hecho, se había ofrecido ya al magnate inmobiliario y hoy presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, Donald Trump.
“Iba a ser muy fácil” venderlo, porque “había compradores potenciales”. Es más, con el producto de la venta –entre 130 y 150 millones de pesos–, se comprometieron apoyos de diversa índole (Guardia Nacional, apoyo a Centroamérica). Ni al caso mencionar las promesas incumplidas, porque el tiempo corre, pero no pueden esperar las realidades personales ni las sociales.
Muchos meses pasaron sin que el avión se vendiera y mucho tiempo escuchamos pretextos y justificaciones de ese símbolo representativo de los neoliberales. Al poco tiempo, gracias a los trabajos periodísticos, se hizo evidente la farsa del gobierno: la aeronave estaba estacionada en un hangar de la empresa Boeing –como si fuera una pensión, en dólares, que nos cuesta a todos los mexicanos– en California, Estados Unidos. Caray, bajo el tan traído y llevado argumento de que se debe gastar de forma austera (sin mencionar la eficiencia), me parece que se podría traer de regreso y aquí no nos costaría un millón 328 mil pesos mensuales; su mantenimiento sería menor a los 67 mil dólares mensuales que se pagan actualmente.
Para el mes de julio del año pasado, el presidente afirmó que la “venta” estaba en la etapa final (lo que esto signifique desde su óptica). Se valoraban las ofertas y… Seguían las expectativas. La venta era un hecho.
Pues bien, concluido el 2019, un año después, el “avión que no lo tiene ni (Barack) Obama”, sigue sin venderse y, a falta de resultados, empiezan las justificaciones, difíciles de entender porque ya pasó el “Día de los Inocentes”: “el avión presidencial fue un fraude hasta la compra, porque es un avión que solo puede volar distancias largas, de 5 horas. No es para volarlo en México. ¿Qué hacían? Lo levantaban y lo bajaban en Toluca. No tanto así. Pero sí en estados cercanos”.
¿Volar distancias largas? ¿No es para volarlo en México? Solo falta que nos indique que aquello de la globalización y los encuentros internacionales, son mitos geniales que no son necesarios.
Es tiempo de dar resultados a los habitantes de este gran país. Cumplir las promesas de campaña y ser presidente –de tiempo completo–, para todas y todos los mexicanos. Asumir los compromisos, presentar estrategias sin polarizar, dividir ni descalificar. Estar unidos, no necesariamente significa que estemos de acuerdo. La fuerza de la unidad es el único motor que nos moverá para alcanzar los objetivos comunes en seguridad y en la calidad en los servicios públicos.