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Gabriel Alberto Ramírez Nazariego
La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia define: VIOLENCIA FEMINICIDA como la forma extrema de violencia de género contra las mujeres, producto de la violación de sus derechos humanos, en los ámbitos público y privado, conformada por el conjunto de conductas misóginas que pueden conllevar impunidad social y del Estado y puede culminar en homicidio y otras formas de muerte violenta de mujeres.
Se entiende por lo tanto que la violencia feminicida es el tipo de violencia que se genera hacia las mujeres, violando sus derechos humanos debido a conductas misóginas las cuales no son otra cosa sino la aversión y también el odio hacia las mujeres o niñas.
La misoginia es una actitud que el hombre ejerce sobre la mujer desde tiempos inmemoriales, es decir desde el momento en que el ser humano empezó a organizarse como comunidad y las mujeres comenzaron a ocupar roles más debilitados en términos de jerarquía.
El término misoginia proviene del griego, idioma para el cual el sufijo miseo significa odiar o despreciar y gyné significa mujer o femenino.
La misoginia puede manifestarse de diversas maneras, que incluyen denigración, discriminación y violencia contra la mujer.
La violencia hacia las mujeres es también al mismo tiempo una variante de la: VIOLENCIA ESTRUCTURAL que divide a los grupos humanos en favorecidos y desfavorecidos, porque está basada en una estructura social que segrega o diferencia las actividades que realizan los hombres y las mujeres, otorgándoles valoraciones desiguales en la jerarquía de puestos, poder, recursos y decisiones.
El resultado de esta desigualdad de género es la discriminación sistemática de las mujeres. Esta violencia se ve favorecida por factores contextuales a nivel macro y microsocial. A nivel macrosocial, los contextos de guerras interétnicas, conflictos armados, la violencia social o comunitaria, provocan un incremento de casi todas las formas de victimización de las mujeres.
También las crisis económicas, las crisis de las instituciones políticas, el desempleo, etcétera, suelen ser propicios para incentivar, extender o ampliar la violencia contra las mujeres. Otro tanto hacen el alcoholismo y el abuso de las drogas, así como algunas expresiones religiosas que consideran a las mujeres personas inferiores a los hombres o bien las catalogan como seres pecaminosos a los que hay que contener, dominar y castigar.
La expresión violencia estructural, tiene como causa los procesos de estructuración social (desde los que se producen a escala de sistema-mundo hasta los que se producen en el interior de las familias o en las interacciones interindividuales) con efectos negativos directos sobre las oportunidades de supervivencia, bienestar, identidad y/o libertad de las personas.
Remite a la existencia de un conflicto entre dos o más grupos de una sociedad (normalmente caracterizados en términos de género, etnia, clase, nacionalidad, edad u otros) en el que el reparto, acceso o posibilidad de uso de los recursos es resuelto sistemáticamente a favor de alguna de las partes y en perjuicio de las demás, debido a los mecanismos de estratificación social. La utilidad de la expresión radica en el reconocimiento de una violencia invisible resultado del conflicto en el uso de los recursos materiales y sociales.
Es un concepto útil para entender y relacionarlo con manifestaciones de violencia directa (cuando alguno de los grupos quiere cambiar o reforzar su posición en la situación conflictiva por la vía de la fuerza) o de violencia cultural (legitimizaciones de las otras dos formas de violencia, como, por ejemplo, el racismo, sexismo, clasismo o etnocentrismo).
Sin duda la violencia estructural invisible pero concretada día a día para millones de personas por la pobreza y la privación, tanto como la experiencia cotidiana de violencia delictiva que viven otros miles, impactan en las valoraciones sociales de lo “normal”, lo permitido en materia del uso de la fuerza y el abuso en contra de las personas.
Acostumbrarse a la violencia, a las muertes, a las llamadas “ejecuciones”, tiene consecuencia psicosociales que todavía no conocemos.
Aunque no hay duda de que todo ello impone, a quienes experimentan estos climas, un sentimiento generalizado de banalización de la vida humana y de los derechos personales, y otorga un sentido radical de incertidumbre como horizonte de vida.
La normalización de la violencia producto de la vivencia, llevan al paulatino pero constante rompimiento de la civilización como lo conocemos hoy en día.
¡Ahora que lo sabes, haz valer tus derechos! cultura.legal19@gmail.com