Sólo faltaría decir que los asesinados en Coatzacoalcos murieron por su culpa. ¿Qué hacían en un antro de mala muerte, a esas horas? Solo eso faltaría.
En Coatzacoalcos, Veracruz, se enfocaron desde las primeras horas del miércoles los ojos de todo el mundo. Excepto los de los mexicanos.
Aquí, casi con desprecio hacia 28 personas asesinadas impunemente en el bar “Caballo Blanco”, las autoridades y los personajes políticos están más preocupados por aprovechar los resquicios del caso, al que miran como una oportunidad para llevar agua a su molino político.
Así, el gobernador veracruzano Cuitláhuac García Jiménez se apresuró a salir a los medios, pero no para hacerse cargo de la investigación, la persecución y el castigo a los criminales, sino para decir que el probable autor del atentado fue un delincuente apodado “La Loca”, al que dejó salir de prisión (así lo declaró el morenista García Jiménez) el fiscal estatal Jorge Winckler Ortiz.
Después vinieron las aclaraciones y los señalamientos. Que si “La Loca” no fue el incendiario; que si Winckler no lo soltó, que si fue la Fiscalía General de la República, que si a Winckler lo puso Yunes, que si Duarte se solidariza con las víctimas y llama (¡Duarte!) a la cordura…
Y mientras 28 familias siguen llorando, muchos están más preocupados por saber cómo un preso como Javier Duarte puede tener un celular en prisión y enviar desde él tuits y mensajes, y a las autoridades mexicanas les preocupa poco, o menos que poco, cómo resarcir a los deudos de las víctimas o qué hacer para capturar a los criminales.
Así está nuestra sociedad. Así de enferma.
Tanto que, casi carente de sensibilidad, hay quien llega al simplismo de asegurar que los crímenes masivos, como el reciente en El Paso, se dan porque en Estados Unidos es más fácil comprar armas que dulces, como si las matanzas no fueran producto de mentes criminales, dañadas. En Coatzacoalcos no se venden armas en el súper, y sin embargo hubo una matanza. ¿Cómo se explica? Y más importante aún. ¿Cómo y cuándo se castigará?
No se ve próxima la aplicación de la justicia. Parece que es más fácil, como se demostró en una reciente mañanera, solicitar a los señores hampones que, por favor, se porten bien, y a sus mamás, que los vigilen y eduquen.
Sólo faltaría decir que los asesinados en Coatzacoalcos murieron por su culpa. ¿Qué hacían en un antro de mala muerte, a esas horas? Solo eso faltaría.