XX ORDINARIO/C. I.- PARA TODOS LOS PUEBLOS (Is 56,1.6-7). En el c. 55,3 el profeta Isaías anuncia la salvación eterna que Yahvé establecerá con su pueblo, como uno de los signos de la salvación prometida (cfr. c. 54) y que además de nuevos tiempos, también trae consigo una mentalidad y actitudes nuevas; en efecto encontramos que: a).- en la relación de judío con judío, se pide al malvado abandonar el camino del mal, al hombre perverso se le exhorta a abandonar sus pensamientos que se traducen en actitudes cotidianas y a buscar a Dios poniendo en práctica sus mandamientos. Estas actitudes humanas contrastan con la naturaleza divina quien, a pesar del pecado de su pueblo, continúa insistiendo en la realización de su salvación que vendrá acompañada de su justicia; b).- en la relación de judío a extranjero, encontramos que, inicialmente, el pueblo hebreo debía expulsar a los siete pueblos paganos que habitaban en la tierra que mana leche y miel, no debía hacer alianza ni emparentar con ellos, ni mucho menos servir a sus dioses (cfr. Ex 23,20-33; Dt 6,14.19; 7,1-6.16; 11,18-32). Con todo, la perspectiva va cambiando paulatinamente, la manera de entender a los pueblos paganos se transforma a partir de la propia experiencia israelita, ya que ellos fueron forasteros en el país de Egipto (cfr. Ex 22,20) y esta realidad va llevando a un progresivo cambio de mentalidad: los extranjeros también son destinatarios de la salvación, todo aquel que acepte a Yahvé como su Dios, se haga siervo suyo, guarde su alianza y respete el sábado, será conducido -o mejor dicho- podrá llegar a la presencia del Dios de Israel; en otras palabras, podrá participar de las mismas bendiciones y promesas hechas a los judíos, se integrará plenamente al culto a Yahvé y el templo abrirá sus puertas a todas las naciones. Así pues, la alianza eterna y la salvación significan una transformación radical para el pueblo de Israel, que deberá aprender a vivir la fraternidad sin fronteras y saliendo, en consecuencia, de la comodidad de las murallas de Jerusalén. II.- TEN COMPASIÓN DE MÍ (Mt 15,21-28). Al inicio del c. 15 san Mateo narra un episodio en el que algunos escribas y fariseos se acercan a Jesús para cuestionar la conducta de sus discípulos contra la tradición de los antepasados, ocasión que el Señor aprovecha para recordarles que la esencia de la ley es el amor a Dios y al prójimo (cfr. Za 7,9; Dt 5,32-33; 14,22-23; Mt 23,23-24). Al mismo tiempo aborda el tema sobre lo que es puro o impuro, evidenciando la importancia de la mentalidad y de las actitudes que toda persona debe observar para cumplir la ley y alcanzar así la justificación; de este modo, lo que tenemos que cuidar y nos debe preocupar, es lo que sale de nuestro corazón a fin de permanecer fieles a la salvación que el Señor nos da. Hoy encontramos a Jesús más allá de los linderos de Israel, en una región pagana, en Tiro y Sidón, en la antigua Fenicia, hoy el Líbano (cfr. Is 23; Ez 26-28; Am 1,9-10); ha dejado Galilea para internarse en esta zona en la que surge la figura de una mujer pagana, cananea y que se dirige a Jesús con el título mesiánico “hijo de David” y llamándolo “Señor”, título pascual y profesión de fe esencial del cristianismo (cfr. Rm 10,9; 1Co 12,3b; Flp 2,11), puesto hoy en boca de una pagana que solicita una gracia, no para ella directamente, sino para su hija que se encontraba bajo la acción del demonio. El hecho de que Jesús sea el actor principal de la escena, no exime a sus discípulos de la responsabilidad que brota justamente de su discipulado: entienden lo que les corresponde hacer, interceder para que la petición sea atendida, no por el hecho de que fuera “gritando detrás de ellos” como si fuera algo bochornoso, sino porque han comprendido la naturaleza de la misericordia que ellos ya han recibido. Por su parte, Jesús no ignora los gritos, solamente guarda silencio, ese silencio divino que en ocasiones nos invade y nos da la sensación de abandono, de soledad, pero que tiene como objetivo llevarnos a tomar conciencia de nuestra frágil condición de creaturas y a experimentar la grandeza y la cercanía de Dios en todo momento de nuestra vida y nos lleva a la experiencia de la fe por medio de la cual recibimos la salvación. El diálogo entre Jesús y la cananea refleja la pedagogía divina que nos conduce a la confesión de Jesucristo como el Señor, sin la cual, no se realizaría la salvación. III.- MANIFESTARNOS A TODOS SU MISERICORDIA (Rm 11,13-15.29-32). Dios es fiel a sus promesas y a la elección de Israel, sus dones son irrevocables; los gentiles tenemos en común con Israel la rebeldía, pero esta actitud del pueblo de las promesas, ha servido para que nosotros alcancemos la misericordia, pero al final, también servirá para que ellos logren la misma misericordia divina; esperamos, por lo tanto, la manifestación gloriosa de nuestro Salvador. ACTIVIDAD : 1.- Dios te ha salvado y te ha hecho hijo suyo, ¿piensas que los demás también merecen ser salvados y por qué?; 2.- ¿cómo comunicas la salvación a los que se han alejado del ejercicio de la fe?; 3.- ¿de qué manera tu rebeldía ha servido a los demás para encontrarse con Cristo? MEMORIZA : “Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas” (Mt 11,28). Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez.