XXVIII ORDINARIO/C. I.- NO HAY MÁS DIOS QUE EL DE ISRAEL (2R 5,14-17).* El capítulo 5 de este segundo libro de los reyes presenta el episodio de la curación de Naamán, un militar extranjero y pagano que se desempeñaba como jefe o general del ejército de Siria o Aram, enfermo de lepra. Él llega primero ante el rey de Israel portando una carta y regalos enviados por su rey; ante la reacción del monarca israelita, recibe el mensaje de dirigirse a casa del hombre de Dios, quien simple y sencillamente le manda decir con un mensajero que se bañara siete veces en el Jordán para quedar limpio, ante lo cua,l el militar reacciona con ira y frustración pues él esperaba que las cosas fueran “a su manera”, acostumbrado como estaba a mandar y a ser obedecido y, por lo tanto, no era lo suyo obedecer. A partir de aquí empieza a manifestarse la pedagogía divina con mayor claridad; son sus subalternos quienes le “enseñan” a obedecer y a reconocer la bondad que conlleva la obediencia; al mismo tiempo descubre que el ser agradecido es un acto humano que involucra y compromete a toda la persona. Es la actitud sencilla y desinteresada lo que le ayuda a comprender la gratuidad del don de Dios y que le lleva a tomar la decisión más importante de su vida: construir un altar al Señor, es decir, será su vida misma la que, a partir de ahora, se transformará en el lugar de adoración y sacrificios, o mejor dicho, en ofrenda permanente al Dios de Israel; la tierra que se lleva, será el perenne testimonio de su entrega y pertenencia a Yahvé. *II.- REGRESÓ ALABANDO A DIOS (Lc 17,11-19).* En Lc 9,51, Jesús toma la firme decisión de ir a Jerusalén y en el texto de hoy, el evangelista presenta al Señor en situación de camino, mismo que no consiste solamente en la “franja de terreno utilizada o dispuesta para caminar o ir de un lugar a otro”, sino especialmente en dejarse guiar por Dios. Es en este escenario en el que discurre el texto de hoy: diez leprosos le salen al encuentro con una petición más que concreta, “ten compasión de nosotros” o sea, ¡cúranos!; con esto se desencadenan dos acciones como preludio de un gran acontecimiento. La primera acción es ver, Jesús los vio como lo hizo con la multitud en Mt 39,36; con el joven rico en Mc 19,21 y con el hombre enfermo de Jn 5,6; la segunda acción es hablar, habla con ellos, se dirige a ellos a pesar de que la lepra interrumpía todas las relaciones sociales (cfr. Lv 13). Lo que sigue a continuación es un suave desenlace: ahora son ellos quienes deben ponerse en camino, deben estar en la misma condición del Maestro; para recibir la respuesta a su petición, es necesario estar en las mismas condiciones de Jesús, dejarse guiar por Dios recorriendo el camino que Él les propone para ser destinatarios de la salvación y lo primero, es ponerse en marcha para presentarse ante los sacerdotes; en seguida hay que volver a Dios y agradecer el bien que nos ha hecho -al menos uno lo hizo- y, finalmente, levantarse e ir por el camino para anunciar que por la fe en Jesucristo tenemos la salvación y participamos de la vida nueva. *III.- REINAREMOS CON ÉL (2Tm 2,8-13).* San Pablo, en su segunda carta a Timoteo, expone el sentido de sus sufrimientos a causa del Evangelio: para que los elegidos alcancen la salvación en Cristo Jesús y la gloria eterna; el apóstol de los gentiles ha dejado bien claro que él sufre no a consecuencia de sus pecados, sino a causa de la predicación del Evangelio y, además, todo lo hace por amor al Señor y a los hermanos. La predicación comienza presentando a Jesús como perteneciente a la estirpe davídica y que, según las Escrituras, resucitó de entre los muertos, por Él tenemos la vida eterna y, si nos mantenemos fieles, reinaremos con Él, porque Él es fiel a su Palabra. *Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez.*