*II CUARESMA/C. I.- YO SOY EL SEÑOR (Gn 15,5-12.17-18).* En el cap. 15, tenemos la renovación de las promesas que Dios hizo a abrahán al momento de llamarlo y enviarlo a la tierra que Él mismo le mostrará (12,1-2) y ya estando en Canaán, Yahvé le promete la descendencia y la tierra (12,7). El relato comienza con un profundo diálogo en el que Dios se manifiesta como el escudo de Abrahán anunciándole un premio que será grande, en tanto que éste le expresa su dolor y tristeza por la falta de descendencia, para qué poseer algo si no tiene al menos un heredero; no tiene sentido posesión alguna ante la falta de descendencia, al grado que un criado será su heredero. Yahvé le anuncia un heredero que saldrá de sus entrañas y le plantea un reto: mirar al cielo y contar las estrellas del firmamento, esto para darle una idea de la bondad y generosidad de Dios, así como también su fidelidad a sus promesas “Y creyó él en Yahvé (v. 6); la finalidad de haberlo sacado de su país y su parentela es darle esta tierra en posesión (v. 7). Y para sellar estas promesas, enseguida tiene lugar la alianza, los animales se sacrifican y se parten a la mitad colocando una frente a la otra; la espera es larga y surgen amenazas y distracciones -aves rapaces, sueño, sobresalto, tinieblas, etc.-, pero al final, Dios se hace presente y pasa entre aquellos animales (antorcha encendida) y confirma las promesas: “voy a dar a tu descendencia esta tierra” (v. 18b). *II.- ÉSTE ES MI HIJO… ESCUCHÉNLO. (Lc 9,28-36).* Después del primer anuncio de la Pasión y de la próxima venida del Reino de Dios (9,22-27), san Lucas presenta una escena que subraya, en primer lugar, la fidelidad de Dios a sus promesas; a Abrahán se le presenta como el Señor y su escudo, le promete una descendencia y una tierra para convertirlo en padre de muchas naciones. En el episodio de la Transfiguración, una voz desde la nube dice “Éste es mi Hijo amado, mi elegido, escúchenlo” (v. 35b); en el Gn habló el Señor, ahora nos habla a través de su Hijo a quien hay que escuchar -y creerle- para entrar al Reino de Dios, en Él se cumplen todas las promesas, la profecías se realizan en Él. Ahora sube a la montaña a orar y en su oración tiene una fuerte experiencia acerca del éxodo (liberación) que cumplirá en Jerusalén, durante el diálogo/meditación de la ley (Moisés) y los profetas (Elías); ellos escribieron sobre el Mesías y cómo debía padecer para llegar a su gloria (Lc 24,26-27). Pedro, Santiago y Juan le acompañaban, pero estaban muy distantes de comprender lo que veían, lo que estaba pasando (estaban dormidos), pero lograron contemplar el momento de la Transfiguración y comprenderla, gracias a la explicación de la voz proveniente de la nube. El silencio es signo de oración, de meditación y recogimiento, del gozo que proviene de la experiencia de la gloria del Señor. *III.- CIUDADANOS DEL CIELO (Flp 3,17-4,1).* San Pablo contrapone la situación de los que ponen su confianza en la carne, cuyo dios es el vientre, porque confían en las obras de la ley para alcanzar la justificación, especialmente en los alimentos puros y cuyo final es la perdición, a la de los ciudadanos del cielo que esperan la venida de Cristo, quien transformará nuestros cuerpos miserables en un cuerpo glorioso, si nos mantenemos fieles al Señor. *Pbro. Lic. Wílberth Enrique Aké Méndez.*